20 sept 2013

Verde, verde y más verde

La envidio porque:
Te besa cuando quiere, puede sentir tus labios y jugar con tu lengua.
Se impregna de tu olor, y la acompaña durante todo el día. 
Le haces reir todos los días, y cruza miradas complices.
Te abraza cuando le place, y puede sentir la fuerza de tus brazos. 
Duerme todas las noches a tu lado, comparte ese momento de gran intimidad. 
Se acurruca en tu pecho y ve películas y series desde la cama.
Brinda al tomar cerveza contigo en un bar, escuchando música mientras bailan. 

La envidio por todas esas cosas y aunque sé que seguro te ama yo no puedo dejar de pensar qué en mis calculos salió mal, para que tu estés allá con ella y yo acá sin ti. 


10 sept 2013

Faltara Poco

Nuestros recuerdos han inspirado ya dos cuentos cortos. Dime, ¿Cuántos más hasta que te vuelvas una memoria borrosa? ¿Cuántos?...

25 ago 2013

LA PAJARERA


La primera mañana que vi eso sobre mi cama, del lado donde yo duermo no lo podía creer,  es casi imposible de explicar aunque al principio encontré muchas posibilidades, inverosímiles y sin sentido, pero explicaciones al fin.  Ahora me he resignado a aceptar que está relacionado a lo que ocurrió por el mes de Mayo, lo recuerdo porque fue el día que por trabajo me mandaron cerca de Tierra Blanca, a una de las tantas rancherías donde parece que el tiempo no pasa. Lo peor es que sé que me espera algo terrible, y es sólo cosa de esperar.

Llegué pasado medio día después de casi seis horas de camino, porque por esos lugares los caminos se hacen al pasar. Desde hace rato que la tripa se me había hecho nudo y aunque ya salivaba como perro por las enchiladas de doña Sara decidí pararme en ésa fonda que otras veces había visto, pero vaya saber por qué nunca había llegado. 

Al entrar noté que había una decena de jaulas con pájaros bastante curiosos, sobre todo por sus colores azulados con pinceladas de ébano, todos tenían el pico color rojo y parecía que eran mudos porque ninguno trino en todo el rato que estuve ahí. Había al menos unas diez mujeres viviendo ahí, no a todas las vi claramente es más ni siquiera podría describir a detalle a ninguna, lo que sí es que todas vestían faldones obscuros. Podría decir que eran más o menos jóvenes, no pasaban los veinticinco años.

Me senté en la mesa que me pareció llegaba más luz, porque sí algo me molesta es comer casi a tientas, y en ésa casa parecía que se cobraba por cada rayo sol que entraba. Se acercó una muchacha y me trajo un vaso grande de agua de limón con hielos que refrescó mi garganta y despertó mis papilas con su acidez. Empecé a repasar todas las diligencias que tenía que hacer para ése día, cuando sin darme cuenta otra muchacha ponía sobre la mesa una servilleta con tortillas y una salsa verde de molcajete. Los escasos rayos que se colaban por entre los cristales opacos, iluminaban todo con un color ámbar; los pájaros parecían estatuas inmóviles en sus jaulas, imposibilitados siquiera de estirar un poco las alas. Se me sirvió el plato principal, pollo con mole acompañado de arroz rojo, intenté saborear cada bocado pero sentía miradas que nunca pude encontrar.

Impaciente por salir de ahí, esperaba el postre, que una mujer de rasgos duros y manos cuarteadas de trabajar, me había prometido apenas hacía unos minutos, con una voz ausente de cualquier emoción. Al escuchar su voz del fondo de la cocina sentí que un frío me subía por todo el espinazo, pero me dije a mí mismo que me dejara de mariconadas, al final qué podían hacerme un par de mujeres. Me levanté de mi asiento sudando frío y con la comida ya revuelta en mí estomago, sentí unas ganas terribles de vomitar.
-¿Ya se va? - Preguntó la mujer al tiempo que se acercaba hacía mi mesa, con un caminar calmado meneando su cadera de un lado a otro que hacía ver su cintura aún más fina.
-Sí, ¿Cuánto le debo?- Dije con voz tímida
- Cuarenta pesos, y lo que le quiera dejar a las muchachas.- Su cara era atractiva, la enmarcaban unos llamativos ojos grandes color miel, que no reflejaban nada, una sensación de fatalidad invadió cada espacio de mi ser; sus labios pintados de rojo me hicieron acordar a los picos de esos pájaros mudos.

Le extendí un billete de cincuenta y el tacto frío de su mano me hizo revolver aún más el estómago. Me ofreció un poco de café de olla pero me negué alegando que ya tenía que estar en otro lado y con esos labios carmín me sonrió como sabiendo que no era cierto, me sentí de pronto como un libro abierto cuyas páginas están siendo expuestas a un par de ojos que atraviesan como cuchillos. Miles de imágenes se fueron agolpando en mi cabeza desde que era un niño hasta terminar con la cara de mi mujer y mis dos hijos. Salí del lugar sintiendo un peso sobre mis hombros, era un malestar casi indescriptible, me dolía todo al mismo tiempo que nada.


Durante varios días pareció que perdí la facultad de hablar, y aún ahora a veces me parece que pasan varios días sin que ningún sonido salga de mi boca. Regresé de nuevo a ése rancho pero nunca pude dar de nuevo con esa fonda, aunque pregunté y pregunté dando seña y santo del lugar nadie sabía decirme nada. Y entonces hace un par de semanas que una pluma de pájaro negra azulada, aparece justo debajo de donde duermo, pareciera que se desprende de mí. 

18 ago 2013

Lo ambiguo

Y lo más difícil no fue escucharte diciendo que tenías que reflexionar lo que sentías por mí, como si la atracción fuera algo racional que se pudiera seccionar y analizar con el cerebro, era elegir entre un No o un Beso. Lo complicado fue tomar los vuelos de mi vestido largo, pisar el cemento con mis tacones de diez centímetros y cerrar la puerta de tu coche, con toda mi vergüenza y vulnerabilidad a cuestas. Éso fue lo verdaderamente jodido.

4 ago 2013

Renuncia

- ¿Qué dejé por ti?, me preguntas con tu tono de reclamo. Esperando que mi respuesta te dé por fin la excusa para dejarme.
- Todo, ¡Absolutamente todo!, te contestó, mientras acarició tu pecho desnudo con mis piernas anudadas a las tuyas.
- Y te quedas.

1 ago 2013

Felino

Te miré directo a los ojos verde-miel y te pregunté
- Así que te gustan las mujeres desapegadas, ¿eh?
- Asentiste, con una casi sonrisa en tus labios delgados.
- Perfecto, entonces renunciaré a toda necesidad de apego, por ti. Te dije.

23 jul 2013

ALICANTE POR SIEMPRE

Fue en el mes de Mayo cuando tus ojos tropezaron con los míos, el día que los conocí fue el mismo que me perdí a mi misma. Tenía dieciocho años y ya estaba en búsqueda de marido porque mi útero comenzaba a palpitar, ansioso de albergar alguna criatura. No te voy a mentir, pensé que tendría un casamiento arreglado con algún muchacho sencillo que me ofreciera un futuro modesto, alguien con quien envejecer tranquilamente. Sin embargo, en el cielo ya se había trazado algo muy distinto.

Atravesaste el salón seguro de ti mismo, tomaste mi mano y sentí tu tacto áspero con olor a tintas; me arrastraste al centro del baile. Tus pasos y los míos se volvieron uno, podía sentir tu aliento en mi oreja y la verdad  estabas más cerca de mí que lo permitido por la moral en esos días, tanto que pude sentir tu sexo ensanchándose en mi muslo. Era la primera vez que tenía un contacto así, las piernas me temblaban y sino fuera por lo fuerte que me sujetabas seguramente me hubiera ido de bruces hasta el suelo. Al terminar la canción, me soltaste rápidamente, inclinaste la cabeza y rozaste con tus labios mi mejilla susurrando un gracias mientras te alejabas, dejándome apenas con el tiempo suficiente  para recuperar el equilibrio. Yo me quedé con ganas de más, ése fue el problema, yo siempre quise más de ti y tú te diste muy poco. 

No tarde en saber quién eras, las muchas mujeres que habían pasado por tus sábanas, eras un artista y yo ignorante de tu profesión no entendí a qué se refería la palabra; los años me fueron enseñando que eras la pasión, el extremo de fusión y lejanía, inestabilidad, capricho e insolencia, pero así y todo te amé con cada una de mis células, tejidos, músculos y sentidos. Te busqué hasta encontrarte y entonces me vendí como la mejor de las mujeres, aquélla que estaría siempre para ti respetando tus espacios sin ningún reclamo, tú me creíste y te juró que yo también.

Comenzaste a visitarme cada sábado con el permiso de mis padres pero poco a poco aprendí a mentirles para  poder pasar más tiempo en tu compañía. Todas las noches se convirtieron en visitas al bar, ésa pocilga, dónde tú y otros virtuosos se reunían para hablar del comunismo y otras barbaridades que aunque entendía me parecían nimiedades. El olor a puro teñía mis ropas mareándome hasta el punto donde lo único que me interesaba era mirar tus ojos enmarcados con gruesos lentes; y escuchar el sonido que salía de tus labios delgados pero perfectamente delineados. Cuando la velada me parecía insoportable y  el lugar se encontraba casi desierto, me colgaba a tu cuello, entonces  tú me decías, ¡Quieta niña! y yo te suplicaba que nos fuéramos a estar solos, a comunicarnos a través del alma. Te despedías solemne de tus colegas envueltos en sus trajes de artistas y nos íbamos.

Al llegar a casa me veía al espejo y no me reconocía, porque tú mirada le dio nombre de atributos a todo lo que me conformaba como mujer. Mis ojos me parecieron de pronto profundos y llenos de luz, mi piel  tersa y suave, mis pechos redondos y voluptuosos, mi cintura estrecha;  todo mi cuerpo se fue despertando para recibirte.

 A nuestra boda sólo fueron unos cuantos. Todos pensaban que estaba loca por querer atar lo que es libre por naturaleza. A mí no me importo renunciar a mi familia por ti. Mi madre lloró desconsolada mientras nos prometíamos como marido y mujer. La noche de bodas llevaste una botella de vino, tomaste un trago y lo vertiste directamente sobre mi boca, y me pediste que hiciera lo mismo. Comenzaste a besarme e impregnar con olor a madera vieja, frutos rojos y alcohol todo mi ser. Sentí un ligero ardor cuando depositaste un poco de aquello sobre mi sexo y comenzaste a saborearlo y degustarlo con calma y ansias. Exhaustos de ése intercambio de amor y comunión quedamos dormidos sobre sábanas húmedas.

El idílico amor duró poco más de tres años, cuando tus ausencias comenzaron a hacerse más frecuentes. Para entonces me habías convertido en madre en dos ocasiones, pero dentro de mí sabía que yo sólo vivía para ti, y tú para tu arte. Durante el siguiente par de años tú alejamiento creció, entonces yo me volví loca e intenté cualquier cosa para recuperar tu mirada: escenas de celos, amenazaba con quitarme la vida, con quitártela, con no dejarte ver nunca más a tus hijos que eran tu adoración, pero a cambio sólo recibí tu mirada burlona. Tardé mucho en aceptar que te habías enamorado de nuevo, tu corazón ya no me pertenecía. Había sido tolerante a tus muchos encuentros casuales pero éste era diferente. Me supe derrotada y no encontré ninguna otra razón para seguir. Una mañana desperté en una cama vacía donde no quedaba rastro de ningún ardor entonces tomé a los niños y me subí al primer tren que me llevara a Alicante donde el mar inmenso y la paz infinita nos esperaban.

Bajamos del tren y caminamos directo hacia la costa, al llegar pude sentir el agua rozando mis pies, tobillos y rodillas. Los niños daban brincos agarrados fuertemente de mi mano, jugaban con las olas. Lo único que me consolaba mientras el gigantesco azul iba envolviéndonos con sus aguas frías hasta tragarnos para siempre fue saber que el dolor de perder a tus hijos te calaría en cada uno de tus huesos.

1 jul 2013

Momentos

Con ésa sensación de que algo grande puede pasar muy pronto...

o quedarse cómo esta.

21 may 2013

SERIOUSLY SERIOUSLY ARE YOU FUCKING KIDDING ME UNIVERSE???????


SERIOUSLY!!!

SERIOUSLY!!!!!!

SERIOUSLY!!!!!!!!!!!!








1 mar 2013

MEDIA DOCENA


Despertó y aún con la visión borrosa lo vio acostado a su lado, su pecho bajaba y subía acompasando su respiración tranquila, pero lo único que ella percibió fue lo soso que le pareció; tanto que no se le antojó despertarlo cómo era su manera habitual, toquetearlo un poco por ahí y por allá, al final sólo necesitaba un poco de estímulo hasta el asta izará la bandera. Él era su Primero y habían estado juntos ya por mucho tiempo, aunque al final eso del tiempo es algo de lo más subjetivo. Ése día mientras desayunaban se lo dijo, ya no estaba enamorada y le daría unos días para que buscara dónde quedarse.

Entró al baño y un par de lágrimas rodaron por su rostro las mismas que se secaron más rápido de lo que tardaron en salir.

Lo mejor del Segundo eran las pláticas hasta el amanecer, sentía que podía hablar de cualquier cosa, desde debates a muerte sobre si Dios existía o no hasta las ideas más banales y estúpidas que habían tenido durante el día. Los besos no eran tan necesarios porque la boca la usaban para hablar y las manos para hacer gestos que acompañaran las palabras. Un día mientras charlaban se dio cuenta que los temas habían acabado y así, en medio de la noche le dijo que era hora de buscarse otro lugar para vivir.

Pronto llegó el Tercero, en dónde el sexo era el elemento común en todas las ecuaciones, lo hacían si la película era buena o mala, si la cena estaba rica o se había quemado, si el equipo de él ganaba o perdía, si estaba lloviendo o si hacía un calor insoportable; tener sexo se volvió en el único desenlace para todos esos eventos cotidianos. De repente comenzó a sentirse aburrida de tantas montadas y misioneros,  y le dijo que era hora de que se fuera.

A los pocos meses se presentó el Cuarto frente a su puerta, era el vecino que vivía dos pisos arriba. Acababa de mudarse de otra ciudad y estaba desesperado por conectarse con su nuevo mundo. Todo pasó tan rápido que de pronto sus cajones se impregnaron con olor a hombre, había libros regados por ahí que no eran de ella, no recordaba la última vez que había podido dormir a sus anchas y mucho menos cuándo había tomando un baño sin sentir que la miraban. Ésa noche cuando él llegó ya lo esperaba una caja acompañada de una cara que gritaba que ya habían terminado.

Un vaso se estrelló contra la puerta, era la tercera vez ésta semana. Lo que más la enojó es que era de sus vasos favoritos y ni siquiera sabía el porqué de la pelea. Su visión desde que estaba con el Quinto se había vuelto dicromática, todo era blanco o negro, o mejor dicho rojo sangre o rosa amor. Había tenido las mejores risas de su vida y las miradas más melosas aunque también de su boca habían salido los insultos más hirientes y la indiferencia más fría que a veces duraba días. El punto de quiebre fue cuando la ignoró toda la noche en aquel bar, por lo que decidió tomar un taxi y nunca más responder un llamado de él.

Habían pasado ochocientos cincuenta días con él, su Sexto, que se sentía como un equilibrio perfecto. Las peleas se podían hablar tranquilamente y los enojos duraban apenas unas horas que pronto se disolvían con algún beso tierno. Las pláticas fluían y parecía que las palabras formaban sinfonías de horas y horas. Durante el día podía olerlo a él sobre todo su cuerpo, sólo bastaba ponerse su brazo sobre la nariz para recordar cómo habían intercambiado un lenguaje secreto durante toda la noche, un lenguaje que únicamente él y ella habían aprendido a hablar. Lo mejor era la sensación de estar compartiendo.

Había sido un día pesado y sabía que detrás de la puerta la esperaba el remedio perfecto, una cerveza bien fría servida con unos besos que seguían teniendo magia, pero en su lugar encontró un par de maletas y cajas en el pasillo. Sintió que su estomago se cerró, sus manos se durmieron y las piernas perdieron el piso porque entendió que pronto escucharía salir de una boca que sólo por esta vez no sería la de ella, la frase: se termino. 

25 feb 2013

Días complicados

DES- ESPERANZA

1 2 3 PROBANDO, ALGUIEN DEL OTRO LADO CON QUIÉN COMPARTIR...

7 feb 2013

Polvos de Camaleón


Un domingo en la plaza principal de un pueblito que como cualquier otro en México tenía una iglesia con ornamentos bañados en oro, un palacio municipal construido de cantera y ahí justo en el centro un kiosco de color rojizo rodeados de un jardín; varios niños correteaban a las palomas y perros, señoras cubiertas con velo salían de misa de doce cumpliendo así con su obligación dominical, ¡Dios no quisiera que se les viera como poco devotas!,  y señores que contaban lo difícil que era trabajar las tierras y como el abusado del ejidatario se había hecho menso al no entregar completo lo que había llegado desde la ciudad de México. 




Y ahí en medio de todo estaba Eulogia con sus tiernos doce años y su vestido rosa parada frente al puesto más colorido del mercado haciéndosele agua la boca por las biznagas, alfajores, garapiñados y glorias, para ella eran regalos de los dioses, ésos que su abuela le contaba existieron hace mucho, pero ya nadie se acordaba de adorarlos.

Estaba pensando en decirle a su hermana Francisca que le comprará alguno cuando vio cómo Juan le hacía señas para que se acercara. Juan, era un muchacho de veintitantos años con ojos miel bañados de ilusión y cada domingo le pedía de favor que le llevara cartas a su enamorada, una muchacha que Eulogia creía estaba de buen ver. Hacia unos tres meses que la andaba haciendo de Celestina, la verdad no lo hacía tanto por el par de tórtolos sino por los chocolates que le daba Juan a manera de pago.

Se acercó a Juan y recibió la carta para llevársela a la enamorada, a veces si el sobre no venia sellado le ganaba la curiosidad y se ponía a leer perdiéndose entre esos susurros que le llegaban como melodías suaves a los oídos. Nunca pudo leer lo de ella porque lo cerraba retebien.

Eran tan sólo tres cuadras las que tenía que caminar hasta el zaguán de la casa de la enamorada, donde ya la  esperaba con impaciente calma. Ése domingo aunque parecía como cualquier otro no lo fue porque mientras Eulogia ya con la carta en mano pasaba por la entrada al mercado, Francisca la detuvo arrebatándole el testimonio de un primer amor y  jalándola como a una muñeca de trapo se fueron a la casa.

Don José venía llegando cuando Francisca le contó que un hombre le había dado una carta a su hermanita, aprovechándose el muy sinvergüenza de que andaba sola, no sabiendo que ella los había estado mirando desde el otro lado de la plaza. Y como lo último  que se puede perder es la honra familiar Don José junto con su esposa, Francisca y Eulogia fueron directito a donde estaba Juan. El pobre  ya estaba asómese y asómese a ver si Eulogia le traía  las letras que le hacían sentir como si trajera hambre en el estómago.

- Usted, ¿Qué anda haciendo dándole cartas de enamorado a mi hija? pues si muy enamorado esta óra cúmplale.- dijo Don José a un incrédulo Juan, aventándole la carta.

- Don José, pero ésa carta no era para su hija, ¡Es una niña! Ella nomás me hace  favor de entregarla. Se la juro por ésta.

Eulogia veía todo con sus ojos grandes y negros, sin entender muy bien todavía todo el relajo que un inocente favor había causado y que como resultado cambiaría su vida para siempre.

Juan tomó la carta cuya magia se había esfumado al posarse ése par de ojos extraños y  leyó: “Mi Leonor: Si en el intervalo de tus ocupaciones mi recuerdo aparece en tu mente ten bien sabido que aquél que te adora con delirio te lleva en su corazón. Siempre tuyo, Juan”.

No hubo razones y explicaciones suficientes para sacar a Don José de tan amargo y trágico error y así fue como entre ambas familias se acordó que Eulogia y Juan se prometían en casamiento. 

Doña Meche, mamá de Juan, fue la más contenta con semejante arreglo, ya que habiendo tenido 5 hijos varones tener una niña en casa, era un sueño que nunca creyó se fuera a realizar, y así la cobijo como a una hija. Eulogia iba con tremendas trenzas y un vestido blanco que pesaba el doble que ella el día de la boda. El evento pasó sin pena ni gloria y en la noche de bodas Eulogia durmió con doña Meche y así hasta que cumplió los quince años y se convirtió en una señorita.

Durante tres años Doña Meche la atendió a todo momento y disfrutaba del precioso regalo caído del cielo. Hasta que Juan empezó a sentir la necesidad de tener a su mujer, porque bien o mal tenía una mujer y por todas las de la ley.

No se podía decir que Eulogia y Juan se odiaran y muy al contrario comenzaron una suerte de complicidad, seguramente por convivir todos los días. La noche que Juan apareció en el umbral de la puerta del cuarto de Doña Meche reclamando lo que por derecho le correspondía fue tomado por todos como algo natural. Doña Meche perdió una hija pero ganó una nuera ésa noche.

La familia de Eulogia tenía un puesto de hierbas y curas al fondo del mercado que paso a manos de ella y Juan. Poco a poco los dos fueron aprendiendo a reconocer el aroma de cada una de las plantas medicinales y cuál era su uso correcto para combatir esas enfermedades que creaba un alma herida, también practicaban un poco de magia blanca para el mal de amores.

Las platicas, risas y miradas de todos los días los fueron haciendo marido y mujer, al poco tiempo Juan olvidó por completo a su Leonor. Tal vez no tuvo la historia de amor que se había escrito para él si ése domingo hubiera sido diferente, pero Eulogia resultó una buena compañera de viaje.

El puesto se hizo conocido por curar el mal de amores entre las señoras y señoritas, por lo que no había día que no se vendiera una de ésas pócimas. Todos los días al caer la noche los dos machacaban camaleones que antes habían puesto a secar hasta que quedaba un polvito fino que luego ponían en frasquitos color ambar.

- Póngale éstos polvitos en la sopita de su señor, y vera como no la deja y si tiene suerte hasta la querrá más. Decía Eulogia cada vez que explicaba cómo usarlos.

A veces, cuando Juan tomaba la sopita que Eulogia le servía, se preguntaba si él también comía esos polvitos de camaleón. 

4 feb 2013

COSTUMBRE MISERABLE

Las agujas del reloj de pared que heredaste de tu abuela marcan ya las dos de la tarde, aquél que señala las mismas veinticuatro horas que durante siete días a la semana marcan la rutina que aprendiste de tu madre, y ella de su madre, y la madre de tu madre de su madre y así hasta llegar a ésas primeras mujeres. Sientes las cadenas invisibles que las unen y las hacen una sola mujer.

Piensas en tomar un segundo para descansar y sentir como tu cadera y piernas cansadas se hunden en el poco acolchado que le queda al sillón grande de tu sala; que ya va para los doce años, los mismos que llevas casada con Pedro.  En el mismo segundo que lo piensas te das cuenta de que es hora de ir a recoger a Lucía y a  Laura de la escuela, así que tomas el monedero, las llaves de la casa y a Pedrito mientras esperas que aunque llevé su nombre no heredé su carácter. Das gracias a Dios de habértelo mandado, sino la voz de Pedro de no darle un machito te hubiera taladrado la cabeza hasta el día que te fueras de éste mundo.

Llega la hora de comida y Pedro de nuevo viene de mal humor porque está cansado y presionado por el trabajo; es que él sí tiene un trabajo de verdad. Te lo ha repetido hasta el hartazgo cada vez que no haces bien lo que por costumbre te toca. Muchas veces recuerdas los tiempos en los que trabajabas y te parece que han pasado más de cien años. Tus ganas terribles de comerte al mundo se esfumaron entre platos sucios.

Todos los viernes Pedro llega tarde a la casa porque se va con sus amigos a echarse unas cervezas y cada vez que asomas un tímido reclamo te contesta que es porque necesita su espacio. Piensas lo mucho que te gustaría que te invitara a tomártelas con él y es que nunca pensaste que las idas al cine y a cenar sólo serían mientras eran novios.

Todavía recuerdas lo enojado que estaba cuando en los quince años de su sobrina tomaste unas cubas y poco a poco comenzaste a sentir las vibraciones de la música mezcladas con los movimientos de tu cuerpo mientras soltabas tu espíritu, pero el momento dura poco porque él te toma fuertemente del brazo llevándote a la mesa.

Durante todo el camino a casa no te dirige la mirada porque no lo mereces. Cruzan el umbral de la puerta de entrada antecedida por la reja de hierro macizo hecha para protegerlos de los robos, aunque en ése momento es un signo innegable de que vives en una prisión a la que llamas hogar.  Te empuja y caes sobre la cama,  con los ojos encendidos te reclama por haberlo avergonzado.

No hay otra cosa que odies más que los domingos, no toleras tener que ir con su familia y volverte la sirvienta ya no sólo de él y tus hijos, sino de todos ellos. Las mujeres ahí se encargan de la comida y cuidar a los hijos mientras los hombres ven el futbol o hablan de cosas de “hombres”. Al terminar la comida toca lavar los platos y aprovechas para hablar con Inés, tu cuñada y te das cuenta que todo podría ser peor. Te platica que otra vez encontró a Mario con otra, esta vez saliendo del cine a plena luz del día, ya ni siquiera se preocupa porque lo cache. Al menos Pedro nunca te engaño ya de casados, porque sí anduvo con su compañera de trabajo mientras eran novios, pero él te jura que no está enamorado y tú le crees. A los pocos meses te pide que se casen y no cabes de la felicidad.

Es el día de la boda, suena el primer baile de casados y no puedes esperar por irte y finalmente estar con Pedro. Tu prima te acompaño a comprar lencería bonita y gastas parte del finiquito que te da la empresa a la que acabas de renunciar. Pedro siempre quiso que su esposa fuera ama de casa y se dedicara por completo a los hijos; además él te puede ofrecer lo necesario y así se lo asegura a tus papás el día que te pide. Ahora sabes que a veces  se gasta parte de la quincena en parrandas y por eso tú siempre tienes un guardadito.

Una vez a la semana tienes sexo  y es parecido a caminar sin zapatos sobre hielo, el frío te cala en lo más profundo del alma. Primero te pregunta si te vas a bañar porque tiene la manía de que estés limpia, como si le diera asco probar tu verdadero sabor, no ése que te deja el jabón. Comienza a tocarte rápidamente sin darse el tiempo de sentir tu piel, pasan unos minutos y se desabrocha el pantalón, te quita la blusa y comienza a tocar tus senos como panes que hay que amasar fuertemente, no te gusta pero no dices nada. Sus besos te ahogan y su lengua parece una bailarina sin gracia. Piensas que falta poco para que se desnude por completo, suba encima de ti y abra tus piernas para estar dentro. Puedes contar uno, diez, veinte, treinta, cuarenta, cincuenta y sesenta. Sus jadeos cesan y todo termina mientras te da un beso en la frente. Se para de la cama y ahora es él quien se baña para quitar todo rastro del triste número del que acabas de ser testigo.

Es medianoche y de nuevo estas en la cocina, con el frasco de pastillas en la mano mientras te preguntas si él notará tú ausencia o recordará tú presencia.

Abres la vitrina y tomas un vaso del juego de la vajilla de bodas, te sirves agua, abres el frasco y cuentas quince pastillas, justo las que necesitas para alzar el vuelo de una buena vez. Estas parada en medio de esa fría cocina y ves tú reflejo en la ventana, pareces una sombra gris casi sin forma y te asusta.

Avanzan las manecillas del reloj de pared mientras vas enumerando los buenos recuerdos, los puedes contar con los dedos de una mano y todos incluyen a Lucía, Laura y Pedrito. Respiras hondo, muy hondo y devuelves una por una las pastillas a su frasco, las mismas que seguramente volverás a contar. 

24 ene 2013

La falta de ropa interior sexy en el cajón es directamente proporcional a la falta de situaciones dignas para usarla.

16 ene 2013

Mi suéter

Ya es tiempo, es hora. Así que me preparo y no es una despedida fácil, me ha costado y la he alargado lo más que he podido, he negociado a través de mails, mensajes breves, propuestas sin respuestas pero hoy es el día. 
Me preparo para enterrarte, siento como si fuera a dejar un suéter, uno del cual estoy absolutamente segura siempre me quita el frío y me queda perfecto porque no me aprieta ni me queda flojo. Es calentito y suave. El problema es que ése suéter ya no esta mas en mi armario, no se me perdió simplemente un día decidió irse, porque es un suéter con ideas propias. Es voluntarioso y muy independiente, y aunque mi cuerpo dependiente lo pide con gritos silenciosos el suéter ha decidido no regresar más. 
Ni siquiera podré enterrarlo enterrarlo porque ya ni siquiera lo tengo pero si tengo que hacer una sepultura representativa, para darle credibilidad al asunto. Le digo adiós a todo lo bueno que me dio ése suéter porque a mi edad se que las cosas no duran para siempre y que todo en algún momento se acaba. Adiós querido suéter no me quedas ni grande ni chico ni estas agujereado ni gastado ni me aburriste, es sólo que como tú bien me lo dijiste eras un suéter de una sola temporada.  

7 ene 2013

AÑO VIEJO

El año que se ha ido nada me pudo dar
y lo que era mió lo perdí sin remedio;
abundaron mis días en instantes de tedio
y cante por inercia, dolorosa cantar.

El año que se ha ido me miró naufragar
sin una hora blanca de plácido intermedio;
no disfruté, sereno, justo termino medio
y, despertó, en abulia, me olvidé de soñar.

Días grises, perdido en rudo mendigar
cediendo ante el abrazo del dolor en asedio;
sufriendo la vergüenza de rodar y rodar...

Hambre viva en horrible pesadilla, y mirar
que lo que era mio lo perdí sin remedio.
El año que se ha ido nada me pudo dar.

Mi abuela

Me encontré este papelito escrito a máquina por mi abuela, la fecha no la sé. Me gusta pensar que el gusto de escribir lo heredé de ella y sus tías.