Entró a la pizzería y con una sonrisa me pidió que le
vendiera una cerveza. Sentí un hormigueo acompañado de una sensación de calor en
lo bajo. Lo miré a los ojos, sonreí un poco y le di su cambio mientras
hablábamos de cosas sin importancia.
Ojalá que Luis me prendiera todavía como lo hace él, pensé.
Imaginé lo que sería tener una aventura, aunque yo misma había dicho a veces en
broma y otras en serio que no perdonaría una infidelidad. Las cosas estaban tan
jodidas últimamente que me pareció divertido coquetear con el chico que vivía unos
cuantos pisos arriba en el mismo edificio del local; era como subirse a una
montaña rusa cuando las vueltas del carrusel ya te marearon.
Odiaba mi chamba y tener que tolerar a mi jefe y
compañeros, pero era el precio a pagar si quería estudiar y vivir por mi
cuenta. Hacía 2 años mi mamá lo había dicho claro: Si te quedas aquí, es bajo
mis reglas. La verdad es que nunca me gustó seguirlas, o quizá sólo fueron mis
ganas de vivir un amor libre con Luis.
Ésa noche me invitó a una pequeña fiesta en su
departamento. -Algo tranquilo, ¿Por qué
no le caes cuando salgas de aquí?- preguntó. Al entrar percibí un olor a
cerveza y hormonas. Me presentó al par de chicos y chicas que estaban, mientras
aceptaba una cerveza para ir durmiendo la conciencia.
El departamento me gustó porque era sencillo y sin
rebusques, a diferencia de mi casa; bueno de Luis y mía. Durante un rato observé
como atendía a los demás haciéndolos sentir cómodos y demostrando autoridad
provocando de nuevo ésa sensación de calor.
Hablamos lo suficiente para sentir que ya nos conocíamos de
antes y generar la confianza efímera que acompañará el resto de la noche. Sentí
su mirada sobre mi escote subiendo por mi cuello y parando en mis labios. No
recuerdo la hora exacta pero ya entraba la madruga cuando él se fue acercando
mientras yo cerraba los ojos. Me besó intenso, salvaje y largo. Sentí sus
labios y como jugaba su lengua con la mía, mientras nuestros sabores se
reconocían.
¡Qué sensación tan extraña!, me decía a mí misma una y otra
vez. Fui abrigando su piel de a poco mientras las máscaras y capas iban cayendo
de a una. Sus besos llenaron mis orejas y
mis hombros hasta perderse por mis muslos. La luz de la calle se coló por la
ventana iluminando su tatuaje de flores que sobresalía por su cadera y subía
hasta desvanecerse por las costillas. La energía fue concentrándose hasta
sentir un hormigueo por todo el cuerpo escapando finalmente en la forma de un suave
quejido.
Me quedé un rato acostada a su lado repasando cada imagen mientras
la guardaba en algún lado de mi alma. Terminé de vestirme y me acompaño hasta
la puerta donde esperaba mi taxi. No hubo necesidad de decir nada más.
A la mañana siguiente desperté en mi cama con las nuevas
sensaciones agolpadas en mi memoria. Luis me llevaba té y un par de galletas a la orilla de la cama y yo solo atiné a responderle con un beso tierno y lleno de
costumbre.
1 comentario:
uff.. que relato...!!
como pensan a veces las costumbres ¿no?... uno se queda atascadas en ellas sn darse cuenta...
(...suspiro..) en fin...
Publicar un comentario